La historia artística y la vida personal de Edgardo Giménez se entrelazan en una trama que tiene a su obra como corolario. Una enriquece a la otra en modo radical y el resultado es siempre excepcional. Este hacedor clave de la figuración pop en Argentina proyecta en lo que muestra un modo feliz de vivir y de crear.
Parte de su extensa producción se encuentra en la colección permanente del Museo de Arte Moderno y del Museo de Bellas Artes de Buenos Aires, Argentina. Asimismo, lo encontramos en el MoMA y en el MET de New York, además de otros quince museos en Estados Unidos y en las colecciones privadas de varios países.
Se convirtió en el referente indiscutido del Instituto Di Tella de los 60, una experiencia artística sin precedentes que marcó la vida cultural de Buenos Aires durante y después de su existencia, por ser semillero de grandes creadores. Edgardo comenta que en esa época “en el arte se partía de algo totalmente solemne y en realidad se necesita de una gran libertad para crear. Una persona culta debe entender lo que pasa a su alrededor. No se puede negar lo que ocurre”. Con estas premisas, incursionó en el campo de la arquitectura, escultura, del diseño gráfico, de interiores, objetos e indumentaria. Realizó escenografías para cine y teatro.
En 1964 hizo su primera exposición individual y ya en 1965 obtuvo un primer premio en la Bienal de Artes Aplicadas de Punta del Este. Siguieron muchos otros, entre ellos, en cine, a la mejor escenografía por Los neuróticos (Cóndor de Plata, 1973); dos Premios Konex y Lápiz de Plata por mérito al diseño; Premio Leonardo a la trayectoria; Premio Vigencia otorgado por su labor en el Teatro San Martín (1982).
El proyecto arquitectónico para la casa de Romero Brest (director del Centro de Artes Visuales del Di Tella) fue seleccionado para integrar la muestra del MoMA Transformations in Modern Architecture en 1978, junto con arquitectos de renombre mundial. Fue uno de los hitos de su proyección internacional. Era la primera vez que diseñaba una casa. Este es un dato que, por sí solo, resulta sorprendente y si agregamos que nunca estudió arquitectura y es autodidacta a 360 grados, su trayectoria asombra aún más. Giménez afirma: “el primer sorprendido era yo”.
Primeros Años Pop
¿Pero, cuáles son las marcas que lo destinaron a transitar el camino del arte y en particular, del Arte Pop?
Edgardo recuerda su niñez con claridad y podría decirse que la hallamos cristalizada en la obra. Las vivencias pregnaron en él sin los filtros de una educación tradicional, gobernada por roles y estereotipos institucionalizados. Vivió en Santa Fe hasta los 7 años. Los primeros cuidados estuvieron a cargo de su madre y en el aprendizaje adquirió conocimientos de manera libre, observando y experimentando directamente.
En su anecdotario evoca la decisión batallada largamente de no ir más a la escuela que, pasados los meses, cambia de forma tempestiva luego de advertir la precariedad de un barrendero que trabajaba en pleno invierno y escuchar el comentario de su madre: “quienes no estudian, trabajan en lo que pueden”.
Desde temprano le atrajo lo original y la provocación. Así, recuerda las reflexiones irreverentes de Belquis, su vecinita. “Lo que decía me llamaba la atención. Ella fue mi primera Mae West”.
La aproximación a lo visual llegó de la mano de Walt Disney y el cine. “Cuando tenía 6 años me llevaron a ver Blancanieves y salí levitando de placer. Fue el gran despertador”. Como otros artistas representativos del Pop, Edgardo se sirvió asiduamente del material ofrecido por los medios de comunicación masiva para crear su simbología.
El nacimiento de su pasión por el dibujo y el afán de perfección se acompañaron de una revelación que fortaleció su camino autodidacta: “estaba dibujando y no me gustaba lo que había hecho. Le pedí ayuda a mi mamá e hizo un desastre. Ahí me di cuenta que los grandes saben algunas cosas, pero no todas” y agrega que “no existe una universidad que te enseñe a tener ideas”.
A los 7 años se muda a casa de una tía materna en Buenos Aires que le proporciona lo necesario para dibujar. “Ella me ofreció los elementos para ser libre y hacer lo que realmente me gustaba”.
Se podría decir que su primera exposición fue en realidad a los nueve años, en una ferretería ubicada en Puan y Directorio, en el barrio de Caballito. “Era para un insecticida. En la vidriera hice un hormiguero y las hormigas con patitas de cartón y alambre. El ferretero decía a las vecinas: ¡lo hizo él! Y me mostraba a mí. Era como si me hubiera ganado la beca Guggenheim”.
En los años sucesivos, su fantasía lo llevaría a incorporar nuevos elementos del propio repertorio de personajes. Tarzán y la mona Chita, héroes de la pantalla, se encuentran asiduamente en sus obras. Una provocación para el entorno intelectual que, en el caso de Giménez, lo recibió siempre con los brazos abiertos.
El Afichista De Los Intelectuales
La aproximación de Edgardo Giménez al mundo del diseño gráfico siguió la misma línea autodidacta. “Yo no sabía cómo había que ser” es la frase que repite e inmediatamente lo ubica en un lugar de libertad creativa.
“Me crié en una agencia de publicidad. Empecé como cadete”. En esa época, la reciprocidad entre la sociedad de consumo y el hecho artístico encontró su coronación en el afiche y Edgardo fue su gran exponente.
Lidia Camera, hermana del dueño de la agencia, notó su talento y lo introdujo como aprendiz. Hoja en blanco y esponja a la vez, Edgardo mostró un crecimiento incesante con el mismo humor y libertad que caracterizaron su ámbito familiar. Formó parte de las mejores agencias.
A los 20, Antonio Seguí le encarga el diseño del afiche publicitario para su exposición (1962).
En Buenos Aires integró con Dalila Puzzovio y Carlos Esquirru La Siempreviva, una compañía creativa que, un día de 1965, apareció en un cartel publicitario bajo el título de: ¿Por qué son tan geniales?, en la esquina de Florida y Viamonte. “Yo veía que las cosas publicitadas se vendían una barbaridad. ¿Por qué no hacer lo mismo con el arte? Entonces se me ocurrió diseñar un cartel donde estábamos nosotros. Nos publicitaba como artistas. Era desfachatado”. Con 23 años, esa provocación fue considerada bisagra en su carrera y en el universo creativo argentino.
En el campo gráfico sobresale la obtención del Premio de Honor en la Bienal del Afiche de Varsovia y la participación a la exposición Los afiches más bellos del mundo organizada por la UNESCO en París (1987). Entre sus compradores se encuentra la Biblioteca del Congreso en Washington.
Por dos años curó la imagen visual e institucional del Teatro San Martín. En ese lapso se vendieron 170.000 de sus afiches. “Interpretaba con mis diseños lo que ocurría dentro del teatro” (1980-82).
Fue uno de los muralistas de La Casa Rosada en los 80. El Teatro Colón y el Gobierno de la Ciudad contaron con su trabajo en el área de Comunicación Visual (2000-2004 y 2006-2007).
Con Romero Brest
Edgardo menciona el encuentro con el historiador del arte y director del Instituto Di Tella, Jorge Romero Brest, como definitivo. Cuenta que Brest le daba lugar a los jóvenes sin seguir un patrón de apreciación limitado. Concebía nuevos artistas.
Como director, el cambio sustancial que respaldó en Argentina entorno al arte ungió a Giménez como uno de sus hijos dilectos.
Para Edgardo, el destacado promotor de vanguardias fue una persona que “transitaba lo que pensaba y vivía acorde a su pensamiento. Todo lo que decía tenía otro valor”.
De hecho, el arte pop también cuestionó el papel de los críticos, de los historiadores del arte y el concepto de los museos como institución, con sus criterios de selección. La nueva tendencia artística fue provocadora y polémica respecto a lo anterior y Brest acompañó el cambio llevándolo inclusive a su esfera íntima. Le dio a Edgardo plena libertad para transformar su vivienda de la calle Parera. Fue un reconocimiento fundamental, no solo como artista. Cuando completó el proyecto, Brest quedó encantado y le encargó su casa de fin de semana en City Bell. Fueron las primeras.
El “buen ojo para decidir” que le atribuyó Brest a Edgardo continuó a concebir nuevas creaciones como la casa colorada (1976), la casa amarilla (1982) y la casa blanca (1983) en la localidad de Punta Indio, Provincia de Buenos Aires, entre otras.
Casa Neptuna, en José Ignacio, Uruguay, es el último proyecto arquitectónico que desarrolló. Fue inaugurada en el 2021 y se trata de la residencia FAARA (Fundación Ama Amoedo Residencia Artística) ubicada dentro del bosque, a metros del océano. Está pensada para alojar a los vencedores de las becas de la Fundación. Un lugar para el desarrollo de la creatividad de sus ocupantes. El espacio exterior es de colores y formas llamativas. Muy pop, como su creador.
Vida y estética, inconsciente y hecho artístico se expresan en Edgardo Giménez en modo especialmente diáfano.
Sabemos que la posibilidad de producir arte, de producir metáfora, se relaciona con lo que se constituye como primordial en el inicio de la historia de cada uno. Su más allá.
Otro dato mencionado por Edgardo fue la falta del padre biológico en su infancia. “Nos abandonó cuando tenía un año y medio. No se puede extrañar lo que nunca se tuvo”. En su caso, ese lugar vacante parece ocupado por la creación misma y por el encuentro con aquel que concebía artistas.
De hecho, lo que define al padre es una marca simbólica: darle un nombre a ese hijo. Y el nombre propio es un trazo, una marca que tiene relación con lo que se inscribe en cada uno. Es el soporte del ser.
La frase materna que tradicionalmente recibe el niño de muchas maneras: “ese es tu padre”, se cambió en la historia de Edgardo por aquella dicha a la madre invariables veces: “ese es tu hijo, el que dibuja”. De este modo, si nos preguntamos ¿Qué es un Padre? el psicoanálisis responde que El Padre es un nombre, un referente que construye y constituye la realidad psíquica de alguien y cumple una función en su historia. Su legitimación está en lo que dona. La importancia de Brest como padre simbólico, como aquel que da, fue ser el soporte de esa filiación artística.
En cuanto al movimiento Pop, su principal característica fue la revuelta contra lo tradicional, lo antiguo y si se quiere, el rechazo de lo patriarcal entendido como los cimientos mismos de lo clásico. En esta corriente, cada artista se construye y encuentra un propio equilibrio en su obra, en vez de recurrir a la proporción aurea o demás reglas convencionales, por decir algo. No apeló al universo tradicional porque nunca fue su fuente de identificación. Encontró su ser de artista y dejó la propia marca. Existen vacíos que permiten la creación.
Lo Que Continúa A Trascender
Naturalizado en el pop y con una identidad inconfundible, el nombre de Edgardo Giménez quedó definitivamente unido al linaje del arte. Toda su vida testimonia que la acción de crear le es inherente y perdura en su interior, unida en modo inseparable a su esencia. Pero esa inmanencia, además, lo trasciende.
Desde mediados de los 90 la obra de Edgardo Giménez está presente en la mayoría de las exposiciones antológicas sobre los años 60 en nuestro país.
La primera retrospectiva se realizó en 1987 en el Museo de Arte Moderno con el nombre de Edgardo Giménez. Desde el comienzo. Le siguieron otras.
En el Museo Nacional de Bellas Artes (2000) y con ocasión de la presentación de un libro dedicado a su trayectoria, editado por la Fundación Fortabat, mostró las creaciones mas recientes.
La proyección internacional de sus obras continúa. Sus creaciones fueron incluidas en importantes muestras impulsadas en el 2015 por el Walker Art Center y la Tate Gallery de Londres.
Para mitad del 2023 inaugura una nueva exposición en el MALBA. “Más allá de las obras que ya existen y las prestadas por coleccionistas, estoy haciendo otras”.
En breve saldrá un nuevo libro financiado por Ariel Aisic, presidente de la Fundación Isla.
Pareciera que Edgardo tiene su anclaje en lo que se mueve, en lo que pasa a su alrededor y por ello lo apremian siempre nuevos proyectos.
Lejos de la estaticidad, Giménez no es sólo actual sino potencial, alguien en permanente devenir e inmerso en la actualidad.
Cuando respalda su arte dice convencido que “lo que se enfoca en el drama no sirve. El arte tiene que servir para salvarte. Yo creo que el arte es una maravilla”.
Mientras conversábamos, recibe la noticia del ingreso de 59 de sus obras gráficas al Arts Institute of Chicago. Una de las instituciones más prestigiosas de Estados Unidos.
“A mí el arte me sirvió para vivir mejor, para ser feliz”.
Autor: Lic. Rosana Alvarez Mullner
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