Un artista no es quien pinta cuadros, sino aquel que se produce en el punto mismo donde el decir deviene inoperante y su medio de expresión pasa a ser otro. El artista Eugenio Cuttica transforma en obra aquello que en un principio no encuentra palabra. Los estados interiores conducen su mano.
El que logra transitar la vía del arte podría suscitar, con su obra, efectos de sentido y al mismo tiempo de agujero en quien observa. Hay algo de lo singular, del vacío de cada uno que resuena, y a veces, engendra un despertar. Cuttica afirma que “el arte es un abrazo entre dos extraños que se descubren en lo que ven y por ello acomuna, genera comunidad”.
“Estilizar el silencio que somos; pintar con la propia femineidad; el arte como herramienta; la reivindicación de lo femenino; el alma de las cosas; ser esa línea exigida en los cuadros”, son algunas de las afirmaciones que resuenan en sus telas.
Develar la belleza: Serendipia
Siguiendo algunas conceptualizaciones, serendipia refiere a un descubrimiento o hallazgo afortunado, valioso e inesperado que se produce de manera casual, posiblemente cuando se busca una cosa distinta. Para que una serendipia se produzca, son necesarios, además del evento fortuito encontrado al azar por el sujeto, su capacidad de intuir allí algo digno de ser reconocido como importante. En la historia de la ciencia y del arte son frecuentes las serendipias. En la literatura, el concepto nos remite a Joyce y sus epifanías, preludio de una escritura revolucionaria, aún vigente pasadas las épocas. De hecho, lo que deja huella en cualquier terreno, contiene como epígrafe fundamental, la cualidad de ser asimilado en la matriz cultural de un pueblo y pasar a constituir así, el inconsciente colectivo. Asimismo, la esclarecida empresa del artista como catalizador de su tiempo, consiste en mostrar a otros lo que logra aferrar su ser, más allá de la inmediatez.
Cuttica toma la acepción de los griegos para dar nombre a una de sus muestras: “Serendipia significa encontrarse con una aparición de belleza cuando no se la busca… encontrar sin buscar…”. Sus exhibiciones colmadas de Lunas, son signos que se repiten y a la vez develan la singularidad del autor. Su propia metáfora de lo que es el arte y la belleza como trascendentes.
El espectador, a su vez, es capturado por estas apariciones que inducen a permanecer en el lugar, iluminándose con la luz que emana la obra.
Icono y mirada: La niña sobre la silla
La escultura de Luna, una niña de 9 años de pie sobre una silla, se ilumina desde su interior. Esta figuración icónica del artista es convergente de múltiples sentidos. Por un lado, la elección de su ser sexuado, en una búsqueda por enaltecer el poder de lo femenino y alertar, según el autor, sobre una posible evanescencia: “trato de rescatar el espíritu de la mujer que se ha olvidado. Es un poder tremendo, por encima de la fuerza del hombre. Ahora, hay un desbalance entre el Yin y el Yan. Es todo Yan. Todos quieren ser el sol, nadie quiere ser la luna. Por eso la niña se llama Luna”.
A Luna se le atribuye una actitud de firmeza y elocuencia, “con una mirada que atraviesa la materia y no se posa en ningún objeto, es una mirada panóptica, de unión con el universo. La mirada de los nativos”. De hecho, la mirada de Luna es otro elemento de superposición simbólica.
Si tomamos como referencia el concepto de Bentham, la mirada panóptica de la que habla Cuttica, podría decirse que en la obra revierte su sentido utilitario. Si en una estructura carcelaria, el estado consciente del prisionero de ser visto constantemente, pero sin localizar al ojo que controla garantizaba el poder del carcelero, la mirada de Luna, por el contrario, clara y puesta en el horizonte, muestra que existe en cada sujeto, un más allá del propio encierro. Otro tipo de asimetría en la relación visual, donde siempre tiene más poder el que ve o será capaz de ver. La pregunta es, si con el arte, al igual que con el panóptico, se consigue una cierta trasformación en el individuo, esta vez orientada hacia la liberación subjetiva: “Estamos atrapados en la a-dicción, necesitando algo. No lo podemos nombrar porque no sabemos de qué se trata. Es un estado de alienación, presente en la gran mayoría de la gente. El arte es lo único que nos libera”.
Encontrarse en el exilio
Aunque el término se haya politizado, el exilio, en realidad, es la separación de una persona de la tierra donde vive, de su lugar natural. Esta lejanía también puede ser voluntaria, motivada por un desarrollo personal o un encuentro necesario consigo mismo en pos de algo, en una latitud diferente.
Para el psicoanálisis, el exilio es inherente al ser y si existe una verdadera distancia, es la que separa a un sujeto de su propio inconsciente. Una vicisitud que se manifiesta en cada persona de maneras distintas. Por ello, ser extranjero o dueño de un espacio, puede resultar más subjetivo de lo que se cree.
Cuttica inviste a los lugares donde crea y permanece, de un alma propia: “Según Ítalo Calvino, una ciudad es la suma de todas las voluntades psíquicas de los individuos que la hicieron. Cada una posee un lenguaje extremadamente complejo e irrepetible, un lenguaje que nos condiciona cuando entramos. Al mudarnos, somos otra persona”. Eugenio, en sus distintos territorios, pone en evidencia facetas de sí mismo que fecundan su arte.
Su espacio de trabajo prínceps y de residencia se halla en South Hampton, a una hora de la ciudad de New York, pero también cuenta con ateliers en Buenos Aires y Milano. ¿Qué es lo que se decanta de los diferentes lugares? Sus descripciones nominan aquello que lo conquista: “mi propiedad en South Hampton es un espacio de sanación a través del arte y la naturaleza. Fue construido por la artista Nuria Hills. Un lugar muy bucólico”. Esa tranquilidad se mixtura con “la ebullición utópica de la ciudad de Babel”, como bautiza a New York: “Me emociona ver en la misma mesa de un bar a una multiplicidad de etnias y todos hablando inglés”. Una comunión entre los diferentes pueblos del mundo, que entraen contradicción con el mito bíblico de la separación por la multiplicación de las lenguas.
La voluntad, muy mencionada en su decir, la reconoce de raíces piamontesas, como su apellido: “Las personas de allí son tremendamente honestas y trabajadoras, con una fuerza de voluntad inquebrantable. Cuando estoy en esa región de Italia, me reencuentro. Soy muy riguroso conmigo mismo”.
Los días del artista en Buenos Aires se reparten entre su taller de Barracas y el Hotel Anselmo, donde reside. Una visión crítica de la actualidad argentina lleva a Cuttica a avenirse con el guerrero de sus cuadros: “Soy de la Argentina noble que ya casi no existe y que en este momento se ha entregado al disvalor.
la verdad del pensamiento argentino se basa en los principios de la ilustración representados por Alberti, Pellegrini, Sarmiento, Ingenieros. Lo que existe ahora no tiene nada que ver con eso. La gente actúa como si todo estuviera bien y para mí es una tragedia que no reaccionen ante la pobreza. En Argentina me encuentro con el Eugenio que no se entrega, con la parte buena de la indignación, del no aceptar. Soy el que dice: esto no lo quiero”. Su bastón, precisamente, tiene tallada la cabeza de Sarmiento, expresión de lo que se necesita recuperar entre la gente.
El psicoanálisis o redimirse a través del arte
Las cualidades especiales del tiempo cronológico y la vida social en occidente sumergen al individuo en una lógica de consumo y relaciones superficiales, funcionales a la propia actividad de sustento. Las personas quedan atrapadas entre convenciones y apariencias.El transcurrir de la vida, con tales premisas, trajina al ser humano a malograr el “ahora” y a existir como si no habitara su propio tiempo y lugar. Para Cuttica, la realidad actual transforma a los sujetos “en consumidores–adictos que buscan algo a ciegas, sin saber qué es. Una vida anestesiada que no merece la pena ser vivida”.
La repetición sintomática, aquella que re-propone un sufrimiento al sujeto sin que éste logre evitarlo, es uno de los temas siempre presentes en los consultorios de los analistas. Cuttica, por su parte, utiliza la repetición de la figura de Luna como medio de dicción artística para permanecer en el otro: “las cosas que vemos una vez, por más que nos impresionen, desaparecen rápido de la memoria. La repetición hace que algo quede en nuestra mente. Por eso todas las religiones tienen a la oración como medio de expresión. La oración es repetitiva. Sirve para profundizar algo”.
El trabajo analítico consiente que lo silenciado por defensas yoicas sintomáticas sea liberado. Lo que fue cifrado en el síntoma o en actuaciones sociales disfuncionales, se diluye. De este modo, el deseo que nos causa como sujetos logra cimentarse en algo nuevo. En el caso del artista, la potencia libidinal es transmutada en fuerza creadora, dando lugar a la obra de arte: “lo que hace la gente es neutralizar su sistema de sentimientos. El artista tiene el esternón cortado, abierto. Por allí entra lo bueno y lo malo. Acepta todo lo que le llega”. Y agrega: “utilizo el dolor y el sufrimiento como material para crear mi obra. Los transformo alquímicamente. Convierto el dolor en belleza. Ese es un acto de redención”.
El término redimir significa recobrar, readquirir o rescatar. La redención implica cancelar un dolor u otra desventura mediante una acción. Por ello, salvarse de algo comporta siempre una segunda oportunidad. Si intentamos pensar el arte como una religión laica, para Eugenio, este oxímoron debería contener en su estructura un acto de redención, que es la liberación del espíritu del sujeto, porque: “el arte es la verdadera espiritualidad”.
Lic. Ros Alvarez Mullner
Tenés que iniciar sesión para comentar.